Quizás, ya hace unos días, siento como si un pensamiento o una sensación me persiguiera…
En un principio no pude ponerle palabras, pero ahí estaba, junto a mí. Haciéndose en cada momento, a cada instante, un poco más profunda. Finalmente hoy hizo eco, y me animé a explorarla; a recorrerme…
Lo cual no implica que haya encontrado las palabras, o mejor dicho, que me haya encontrado con este sentir para asi, poder expresarlo. Es más, ahora frente a la pc, me encuentro intentándolo, simplemente dándome la oportunidad de reflejarlo. No es fácil, y no sé bien porque. Tal vez sea porque son sentimientos profundos, que hacen a mi presente, mí hoy… no lo sé, asi como tampoco sé si quiero saberlo.
Si cierro los ojos y me sumerjo en mi silencio, con la finalidad de pretender tomar contacto, yendo hacia mis adentros; aquello que casi instantáneamente me surge, casi como arrebatándome, es la felicidad. Seguida e inevitablemente me pregunto ¿Qué es la felicidad?¿soy feliz?. Y dudo… levanto levemente la mirada, y observo a mi alrededor, como quien busca una respuesta. Y vuelvo a dudar…
Sé, o … aprendí, que el afuera no me puede aportarme una respuesta, por ello decido volver a mí. Y me doy cuenta que no tiene nada de “malo” dudar. Que por el contrario, abre puertas. Y que en este momento me invita cálidamente a cruzar el umbral y zambullirme en mis mares.
Y en realidad ese dudar no deviene del no encontrar respuestas a esas preguntas, sino más bien a la aparición de una contradicción.
Es decir, por un lado siento y casi tengo la certeza que no creo en ella. O al menos no creo en la felicidad como un estado absoluto, al que haya que llegar. Pero por el otro, es lo primero que me apareció. ¿Y entonces?... ¿Será que no creo en ella porque no puedo sentirla?¿Sentí felicidad alguna vez?¿Cómo me siento? ¿Qué siento?. Miles de preguntas me invaden y siento que no puedo ni quiero darles respuestas, me llevaría mucho tiempo, me agotaría.
Es en este preciso momento cuando decido soltar los pensamientos y retomar el contacto con mi experiencia. Sabia, sincera, espontanea, simple… porque da cuenta de lo aprendido, lo recorrido, lo significado, lo reconstruido. Y desde este nuevo lugar, mi lugar, desde mí puedo advertir y reparar que quizás lo verdaderamente valioso es transitar cada momento intensamente y profundamente. Sin calificaciones, sin valoraciones previas. No adjetivando ni valorizando nuestras vivencias como: “bueno” o lo “malo”, “feliz” o “triste”, “alegre” o “doloroso”. Quizás si solamente nos permitiéramos validar esa experiencia, para abrirnos a sentirla plenamente. Tal y como es, ir a fondo en ese sentir y poner todo de nosotros al transitarlo. No guardarnos, ni ocultarnos, ni callándonos, ni silenciándonos, ni postergándonos.
A esa validación, suelo llamarla plenitud. Se trata de darle valor, poner en primer plano aquello que sentimos, respetarlo. Aceptándolo, tomando contacto con ello. Sentirlo solo por lo que es. Sea tristeza, dolor, angustia, alegría, felicidad, emoción. Y es en esta plenitud en la que creo como camino. Sin lugar donde llegar. Solo andando y si es posible intentando aprender de su recorrido, de nuestro recorrido. Con una única finalidad, la de estar siendo.
Y si tanto en el andar como en el aprendizaje del recorrido, intentamos acercarnos a aquellos que deseamos y sentimos libremente, despojándonos del valor; es allí donde desplegamos nuestra alma. Y comenzamos a cuidarla.
Un cálido abrazo…