Los guerreros mayas se
creían invencibles: decían que eran los cimientos del cielo.
Estaban entrenados para
defender lo más sagrado: ellos impedirían que nada ni nadie perturbara la
tranquilidad de lo que cuidaban, nada más y nada menos que el cielo.
Pero más allá de esto
que consideraban su misión, eran un pueblo alegre, navegaban paisajes hermosos,
cantaban juntos, elevaban sus voces, unían sus almas. Iban casi desnudos,
despreocupadamente por la vida.
Ellos agradecían porque
eran guerreros.
Eso los hacía fuertes,
poderosos, eternos, hermosos. A lo único que le temían, era al enojo del ser
supremo. Por eso siempre cantaban: alegraban al Señor… disfrutaban de la vida.
Cuando llegaron los
barcos, aunque desconfiados, les mostraron una sonrisa.
-
¿No tienen miedo? – le preguntó Hernán Cortes a Cuauhtémoc.
Él sonrió y dijo: -
¿Por qué?... Si somos los cimientos del cielo y aquí es todo tan hermoso. ¿A
qué deberíamos temerle?
A partir de aquí, los
idealistas, soñadores y aventureros que venían en los barcos, se dieron cuenta
de que no estaban frente al enemigo.
Los grandes guerreros
del universo los habían recibido desarmados, con el pecho abierto y el alma
inocente.
Ya sabemos que detrás de
los soñadores, estaban ellos, que no eran más que lo negro del mundo.
La humanidad se divide
solamente en tres razas: los guerreros, los que abusan de ellos, y los que
todavía no entendieron.
Un guerrero defiende,
preserva, cuida, pero nunca presenta batalla… si ama la vida.
Los que se abusan de
ellos no saben, por eso son grandes estrategas (aunque a veces hay pequeños estrategas
domésticos), manipulan sentimientos, y se sienten tan astutos como para comerse
a cualquier guerrero.
La historia fue cruel.
Es por eso… que te pido
un pequeño esfuerzo para no repetirla.
No me presentes batalla.
Vine hasta aquí sin armas. Traigo nada más que una cantidad enorme de
ilusiones, porque soy una autentica guerrera.
Yo tengo un refugio, no
un escondite.
Te ofrezco mi tierra
donde crecen flores, mi alma que canta, mis ojos que lloran y ríen, e
igualmente lloran.
¿Sabés…?
Un guerrero de ley es
un ingenuo. Defiende lo que ama con su vida, con sus sueños. Un guerrero pone
la espalda para levantar a los caídos. Un guerrero se la banca, no huye. Jamás invade
la tierra ajena.
Ser una guerrera no es
fácil. Causa un poco de desconfianza, de temor. La gente debería saber que hay
que temerles a los otros, a los que quieren la guerra.
A veces creo que
quieren exterminar a los guerreros para caminar impunemente por la vida.
No me interesan tus
armas, tus escondites, tus estrategias. Es más simple…, yo te quiero sin
armaduras, descascarado, sereno, despatarrado, con o sin malhumor.
Y sé que es mucho lo
que pido, pero…
Te aviso, mejor dicho
te amenazo: no me pienso defender. Al primer ataque puedo morir, pero te
aseguro que vale la pena correr el riesgo. A lo mejor, cuando lances el primer
grito de guerra y a mí no se me mueva un pelo, te vas a dar cuenta de que lo único
que quiero es un abrazo del alma, que no hace daño, que te hace más noble, más
rico, más fuerte.
¿Será difícil entender
eso?
Yo, una autentica
guerrera, camino desarmada…
Y puede ser que me claven
otro puñal por la espalda. No me importa. Los guerreros nos levantamos,
obviamente después de sufrir el desengaño, que duele más que cualquier
puñalada. Pero con esas marcas seguimos, porque cada una de ellas lleva
escondida una historia.
Por eso… cuando me
mires y yo sonría, entendé que te miro sin maquillaje. Ponete el pijama y no
temas a la multitud que intenta que formes parte de su ejército de muñecos:
ellos son los que todavía no entendieron nada.
Aquí hay una guerrera. Te
puedo cuidar hasta que recuperes los ideales que tuviste alguna vez, y que
seguramente perdiste en alguna batalla.
Desde mi territorio…
lejos del tuyo.
Éste será nuestro
secreto.
Difícilmente comprendan
que no todo está perdido.
Éste es un secreto de
nobles, un secreto de pobres, un código de barrio, una alianza de tribus.
Sin palabras.
No hacen falta…
Patricia Sosa.
Código de barrio (“Los guerreros”).