Se encontraba el maestro dentro de uno de los salones del monasterio enseñando a su discípulo, el arte del arco y la flecha. A sabiendas que el objetivo de aquel aprendizaje no era la caza precisamente. El maestro, un hombre anciano ya (sin tanta fuerza en sus brazos y con poca vista), tiró y dio en el centro del blanco.
Y el discípulo que practicaba y practicaba no lograba hacerlo, erraba el blanco siempre, y cada tanto se quejaba:
- Es que aquí no hay suficiente luz”.
Haciendo referencia a las velas que alumbraban aquel salón. El maestro respondió:
- Pues, enciende algunas más…
El discípulo fue y encendió más velas. Pero tampoco lograba dar en el blanco y volvió a decir:
- Quizás la luz no sea suficiente…
El anciano lo miro, hizo una pausa y lentamente le dijo:
- Por favor, ve y apaga todas las velas…
- ¿Cómo todas?, respondió el discípulo
- Si todas...
Y a tientas el maestro le pidió el arco y las flechas, extendió las cuerdas y arrojo la flecha. En el silencio y la oscuridad se escucho cuando partió. Y dijo:
- Enciende una vela y acércate al blanco…
Efectivamente la flecha estaba en el centro del blanco. Entonces el discípulo miro asombrado a su maestro, y este le dijo:
- Es que el centro no está afuera, sino adentro…
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