Soy monorrena, vivo con un solo riñón, debido a una nefrectomia radical del riñón izquierdo realizada como consecuencia de un tumor renal

Desde esta nueva vida, surge en mi la necesidad de comenzar a utilizar este espacio con el fin de aportar conciencia e información sobre prevención de esta enfermedad. La única manera de prevenir es estar informados y prestarle atención a nuestro cuerpo.

Es desde este lugar, que me atrevo a proponer e invitar a transitarlo juntos…

¿Me acompañas?

miércoles, 31 de agosto de 2011

Una historia...


Mientras estaba en un aeropuerto, un padre conversaba con su hija en sus últimos momentos juntos antes que partiera el avión. Se anunciaba la salida del vuelo que ella abordaría y junto a la puerta la escuche que decía:
-          Papi, nuestra vida juntos ha sido más que suficiente.
-          Tu amor es todo lo que siempre necesité y te deseo lo suficiente a ti también – le dijo el padre.
Se besaron para despedirse y ella se dirigió hacia el sector de embarque. Aquel hombre camino hasta la ventana, junto a la silla donde yo estaba sentada. Me di cuenta de que miraba hacia afuera, como queriendo lograr que nadie lo viera mientras las lagrimas brotaban de sus ojos.
Intenté no ser una intrusa en su privacidad, pero al notar mi presencia, me preguntó:
-          ¿Alguna vez dijo adiós a alguien sabiendo que sería para siempre?
-          ¿Por qué es este un adiós para siempre? Pregunté.
-          Soy viejo y ella vivirá muy lejos, estoy bastante delicado de salud y seguramente ya no vuelva a verla.
No pude con mi curiosidad, y por tanto necesité preguntarle algo más, aunque él se diera cuenta de que había escuchado la conversación que mantuvo con su hija.
-          Cuando se despidió de ella, le dijo “te deseo lo suficiente”. ¿Puedo preguntarle qué significa?
Empezó a sonreír, y luego me explico:
-           Ese es un deseo que ha pasado de generación en generación en mi familia. Mis abuelos se lo decían a mis padres, y mis padres a mí. Hizo una pausa y continuo:
-          Cuando nosotros decimos “te deseo lo suficiente”, estamos deseándolo a la otra persona que tenga una vida llena de suficientes cosas buenas que lo sostengan. Luego comenzó a recitar casi de memoria:
Te deseo el suficiente sol para mantener tu actitud brillante. Y también te deseo la suficiente lluvia para apreciar más el sol. Te deseo la suficiente felicidad para mantener tu espíritu vivo. Y el suficiente dolor para que los pequeños placeres de la vida te parezcan más grandes. Te deseo la suficiente ganancia para apreciar todo lo que posees. Te deseo la suficiente ganancia para satisfacer tus deseos. Y la suficiente pérdida para apreciar lo que posees. Te deseo los suficientes “holas” para que te ayuden a atravesar amorosamente  algún “adiós final”.
Empezando a sollozar y se alejo…
Y fue entonces cuando realmente comprendí que solo necesito lo suficiente…

sábado, 27 de agosto de 2011

"El arquero Zen..."


Se encontraba el maestro dentro de uno de los salones del monasterio enseñando a su discípulo, el arte del arco y la flecha. A sabiendas que el objetivo de aquel aprendizaje no era la caza precisamente. El maestro, un hombre anciano ya (sin tanta fuerza en sus brazos y con poca vista), tiró y dio en el centro del blanco.
Y el discípulo que practicaba y practicaba no lograba hacerlo, erraba el blanco siempre, y cada tanto se quejaba:
-    Es que aquí no hay suficiente luz”. 
Haciendo referencia a las velas que alumbraban aquel salón. El maestro respondió:
-          Pues, enciende algunas más…
El discípulo fue y encendió más velas. Pero tampoco lograba dar en el blanco y volvió a decir:
-          Quizás la luz no sea suficiente…
El anciano lo miro, hizo una pausa y lentamente le dijo:
-          Por favor, ve y apaga todas las velas…
-          ¿Cómo todas?, respondió el discípulo
-          Si todas...
Y a tientas el maestro le pidió el arco y las flechas, extendió las cuerdas y arrojo la flecha. En el silencio y la oscuridad se escucho cuando partió. Y dijo:
-          Enciende una vela y acércate al blanco…
Efectivamente la flecha estaba en el centro del blanco. Entonces el discípulo miro asombrado a su maestro, y este le dijo:
-          Es que el centro no está afuera, sino adentro…

lunes, 22 de agosto de 2011

Cuando pienso en lo que hago

y también cuando no pienso.
Cuando corro y cuando camino.
Cuando digo lo que pienso y cuando callo.
Cuando tomo decisiones
y cuando me las guardo.
Cuando lloro y cuando río.
Siempre corro el riesgo.

Cuando me animo y cuando me acobardo.
Cuando digo la verdad y cuando miento.
Cuando me juego por alguien
y cuando no lo hago por nadie.

Siempre corro el riesgo

De enamorarse de quien nos corresponde
y de amar a quien no nos ame nunca,
de entregar todo, mucho o poco que tengamos dentro,
de cometer errores, pero también aciertos,
de apostar más de una ficha y no entender el juego
o de creer que las sabemos todas e ignorar tantas otras,
de soportarlo todo y no interesarnos por nada.

Siempre corro el riesgo.

De tomar un camino equivocado o de creer
que el nuestro es el único correcto,
de animarnos o no a hacerlo,
poder creer o creer siempre que no puedo,
permitirme algo o coartar todo posibilidad de ser,
ser no es nada fácil, el no ser no tiene sentido.

Siempre corro el riesgo.

Cuando creo y cuando desconfió.
Cuando soy feliz y cuando no puedo serlo.
Cuando me permito y me prohíbo.
Cuando me acerco y también cuando me alejo.
Cuando abro puertas y cuando las cierro toda.
Cuando veo una luz y cuando ando a oscuras.
Cuando afirmo y cuando niego.
Cuando elijo algo nuevo.
Cuando me aburro de lo viejo.
Cuando me río de mí mismo
y cuando lloro por lo ajeno.

Siempre corro el riesgo.

Cuando sostengo, cuando me caigo.
Cuando estoy atento, cuando me distraigo.
Cuando conozco algo nuevo y
cuando me aferro a lo que tengo.
Cuando llego demasiado temprano
o cuando creo que para todo es tarde.

Siempre corro el riesgo.

Cuando acepto todo sin cuestionarme nada.
Cuando reveo mi historia
y cuando me otorgo sólo desdichas.
Cuando me sorprendo y cuando me aburro.
Cuando llego y cuando creo que nunca alcanzo.
Cuando construyo y también cuando me quiebro.
Cuando me castigo por un fracaso
o me galardono por un éxito.
Cuando me enojo y cuando protesto.
Cuando se abren nuevos caminos
y cuando no veo ninguno.

Siempre corro el riesgo.

Cuando piso fuerte y cuando resbalo.
Cuando hiero y desestimo
y cuando pido perdón y me arrepiento.
Cuando me veo en el espejo y me agrado
y también cuando no me miro.
Cuando comparto todo
o cuando todo me lo guardo.
Cuando me cuido
y también cuando me abandono.

Siempre corro el riesgo.

Cuando propongo una idea
o no se me ocurre ninguna.
Cuando admiro lo bello
y cuando me creo más que los otros.
Cuando me equivoco y también cuando acierto.
Cuando pido perdón y cuando digo gracias.
Cuando salgo a la calle a buscarte
y cuando vuelvo convencido
de que no voy a encontrarte.
Cuando huelo tu perfume y no te veo.
Cuando miro un mundo de colores y me ilusiono
y después me tropiezo.
Cuando me levanto y cuando me acuesto.
Cuando te cuento que de alguna manera
soy yo quien escribe
y también soy yo a que siento.
No apuestes a lo seguro
a lo previsible
andá un poco más allá.
¡No dejes de correr el riesgo!

Anónimo…

lunes, 8 de agosto de 2011

Un sueño… una vocación

Ya casi hace un mes de aquel último final….
Y todavía suena increíble. Emoción, orgullo y alegría, son quizás esas sensaciones y sentimientos profundos que me surgen, y que aún me invaden.
Es casi inevitable  recordar aquellos primeros momentos, cuando no sabía o apenas tenía registro de que se trataba la carrera. Pero algo; un fuerte deseo, o quizás una sensación, no lo sé… me decía que lo intentara, que probara.
Y ahí estaba yo, anotándome… y comenzando a cursar. Los primeros contactos con mis compañeras y profesores; clase a clase, texto a texto fueron de a poco confirmándome que este era mi camino. Por ahí quería ir, porque con y en cada uno de ellos me encontré. Me encuentro.
Aquello que empezó como un intento, una prueba, pero que provenía de un profundo e intenso deseo, muy intimo, muy propio y genuino; se ha ido transformando en mi vocación.
Digo vocación porque asi la siento. Para mí hay una diferencia esencial, sustancial entre la vocación y la profesión. Mientras que la segunda me da la pauta de aquello que hago, de mi trabajo, mi empleo. Asociándose más a una formalidad, y porque no, a una obligación. Cuando hablo de vocación aparece el deseo, el amor, la pasión por aquello que hago. Es eso que nos llena, que nos moviliza, que nos despierta curiosidad, que tiene que ver con quien somos, con nuestro ser, con la libertad de serlo y con el encontrarnos. No nos esforzamos al hacerlo, sino que nos dedicamos y por ende lo disfrutamos. Porque al dedicarnos estamos, sin dudas, poniendo de nosotros. El motor es el deseo.
Más allá (y obviamente) que hubo momentos de mayor y de menor disfrute e intensidad, como todo en la vida. Sé que mi emoción, orgullo y alegría provienen del saber y sentir  que transite la carrera siempre desde mí.
Me atrevo a asegurar que el aprendizaje más significativo de esta experiencia es que cuando hacemos desde el verdadero deseo, apostando a lo que sentimos, no hay margen de error ni de equivocación posible. 
Solo hay EXPERIENCIA y su consiguiente aprehendizaje...
Cariños…!